Ya en la Edad Media, los médicos usaron una suerte de mascarillas que han pasado a la historia con matices bastente siniestros.
Por desgracia, el Covid-19 no ha sido la primera y no será la última pandemia que ponga en jaque a nuestra especie.
En las sociedades modernas, parece que habíamos olvidado que el planeta que habitamos es compartido con millones de especies y que nuestra, hasta ahora brevísima estancia en el antiquisimo plantea Tierra, ha sido precedida por la existencia de millones y millones de especies diferentes que han evolucionado o, simplemente, han desaparecido en el transcurrir de millones de años.
Esta fatídica pandemia nos ha enseñado como un microorganismo invisible ha sido capaz de transtornar y paralizar la vida tal y como la conocemos.
Pero no ha sido ni muchos menos la pandemia más letal a la que se ha enfrentado el hombre. La peste neumónica azotó Europa durante siglos haciendo tambalearse los cimientos de ciudades y Reinos enteros. Una enfermedad que dejó decenas de millones de muertos afectando a ricos y pobres, pero cebándose con las clases populares, con los estamentos más bajos de la sociedad donde las condiciones de vida y de higiene brillaban por su ausencia en una sociedad que no era, tampoco, demasiado limpia.
Para nosotros, la necesidad de usar mascarillas resulta sorprendente. Al menos para mí. No dejo de verme extraño cuando me veo frente a el espejo con una mascarilla que jamás pensé que tendría que llevar.
Ya, en aquellos siglos, este artilugio fue usado para tratar de contener la terrible pandemia. Los médicos de la época usaban un característico atuendo que sería recordado por el pico de ave que cubría sus rostros.
Se creía que, llenando estos picos con una mezcla de hierbas, estos aromas evitaban el contagio por peste.
Aquellos comprometidos médicos que trataban de luchar contra la enfermedad llenaban sus máscaras con triaca, una mezcla de más de 50 yerbas y otros elementos como polvo de carne de víbora, miel, mirra entre otros…
El problema es que su eficacia era nefasta. Principalmente, porque la peste negra no se contagiaba por el aire envenenado que ellos creían si no por el contacto con tejidos, excrementos de personas o animales infectados, por mordedudas de ratas y pulgas, entre otras vías de infección.
Sin embargo, el traje de estos médicos fue tan característico que, a día de hoy, sigue paseando por las calles más históricas de nuestro planeta, inspirando muchos de los disfraces del famoso Carnaval de Venecia.
Y, dicho esto, hoy que sí conocemos la eficacia de nuestras mascarillas y cómo luchar en nuestra batalla, contra nuestra pandemia, no podemos ni debemos pensar que la mascarilla no es para nosotros más que un disfraz. Hoy sabemos que la mascarillas nos ayudarán a todos a salvar muchas vidas y a proteger a los nuestros.
Porque si queremos frenar de verdad esta pandemia, tenemos que entender que el uso de la mascarilla no es para protegernos nosotros del virus si no, para evitar fomentar su contagio en nuestra sociedad y que, de esta manera, podamos mitigar no solo las repercusiones sanitarias si no también las económicas.
Desde Hierbalia, te animamos a que uses mascarillas en lugares públicos y a que mantegas la distancia de seguridad. Sé responsable, cuida de todos y cuida de tí.